Bob Greene y el periodismo investigativo
Viernes, 29 de julio de 2005Helga I. Serrano
Dir. Ejec. Centro para la Libertad de Prensa
Hoy, en el Departamento de Estado, entregan la tradicional proclama de la Semana de la Prensa. Es una celebración realzada por los recientes sucesos relacionados con la prensa en Estados Unidos. Los periodistas sabemos que nuestra labor está sujeta a estas tempestades. Lo medular e insoslayable, soplen de donde soplen los vientos, es la constante reafirmación de que informar es nuestra tarea.
El encarcelamiento de la periodista Judith Miller, de The New York Times, la rendición ante un gran jurado del periodista Matthew Cooper y de la revista Time, la revelación de que Karl Rove, el hombre de confianza del presidente George Bush es, en realidad, homólogo de Mark Felt, alias “Deep Throat”, la fuente misteriosa del caso Watergate, forman ya parte del largo trayecto que recorre la prensa, en ocasiones más llevadero, en otras atestado de minas, cual campo de batalla. En esta ocasión, resurge la inescapable lucha entre prensa y gobierno, que existirá mientras haya periodistas fiscalizando gobernantes, sus agentes u otros grupos que traten de ocultar y manipular información que la ciudadanía tiene derecho a saber.
Cuando los periodistas bajemos el lomo, nos rindamos ante los poderes y la violencia, claudicando nuestra responsabilidad con el pueblo, no habrá necesidad de una Semana de la Prensa porque la prensa libre no existirá, como tampoco existirán otras libertades que hoy día disfrutamos, con sus defectos y virtudes, y que la prensa ayuda a preservar. Es éste un escenario tenebroso que rehúso aceptar. Por el contrario, creo que esta semana debemos reafirmar el compromiso con nuestra labor y, en especial, honrar una de sus expresiones más valiosas: el periodismo investigativo. A éste se le define como aquel reportaje o serie de reportajes que exponen asuntos de mucha importancia para la ciudadanía, especialmente para sus bolsillos, que se han tratado de mantener ocultos. Cubre las actividades y operaciones del gobierno de turno, en primera instancia, y otras que violan la ley en el comercio, la industria, organizaciones privadas y criminales. Son investigaciones generadas por el propio medio, y suelen requerir mucho tiempo de trabajo y, en ocasiones, el uso de fuentes confidenciales. Como resultado de estos reportajes, algunas personas podrían terminar en prisión.
Aunque ciertamente todos los periodistas somos investigadores, aquellos que se dedican a esta modalidad son clase aparte. Siempre me he referido a ellos como “peleadores de peso completo”, en analogía con el más elevado nivel del boxeo. Son, por lo general, personas de una enorme paciencia y perseverancia; poseedores de un olfato noticioso singular que les permite diferenciar entre lo inconsecuente y lo relevante, lo que se ha llamado “tirar a la yugular”; con una capacidad enorme para el trabajo arduo, a todas horas (Bob Woodward y Carl Bernstein, de The Washington Post, prácticamente vivían en la sala de redacción durante la investigación de Watergate); son portaestandartes de un compromiso férreo con la verdad y de una valentía que arrastra los miedos.
A lo largo de mi carrera he conocido y admirado a muchos de estos reporteros, tanto en Puerto Rico como en el exterior. Entre éstos, sobresale Robert “Bob” Greene, quien durante años dirigió el equipo de investigación del periódico Newsday, en Long Island. Bajo su liderato, este diario ganó tres premios Pulitzer en las categorías de investigación y servicio público, algo que ningún periódico había logrado hasta entonces. Y fue también el líder de un esfuerzo de investigación único, que no ha vuelto a repetirse en la historia del periodismo estadounidense: el Proyecto Arizona.
Bob vino a Puerto Rico en 1981 a ofrecer unas conferencias sobre periodismo investigativo, patrocinadas por la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, que en esos momentos yo dirigía. El anfiteatro donde se llevaron a cabo estuvo repleto de periodistas y sé que todos salimos impresionados con su experiencia y conocimientos. Tuve ocasión de conversar mucho con él durante su visita, especialmente sobre el Proyecto Arizona, en el que un grupo de reporteros, miembros de la entidad Reporteros y Editores Investigativos (IRE, por sus siglas en inglés), continuó y concluyó la investigación de Don Bolles, del periódico The Arizona Republic, quien fue asesinado en junio de 1976, en Phoenix, mientras realizaba una pesquisa sobre fraude y corrupción en ese estado.
Desde sus inicios, fue un proyecto controversial, ya que varios miembros de IRE, que había sido establecida un año antes para fomentar el periodismo investigativo, y diarios como The New York Times y The Washington Post declinaron participar, aduciendo que ello podría percibirse como una explotación del asesinato de Bolles, y que era poco probable que la competencia entre los periódicos permitiera la alianza para una labor en común, que podría prolongarse por meses y resultar muy costosa. Bob y su equipo de trabajo, que fue llamado “las ratas del desierto”, y que finalmente incluyó a 38 periodistas de 28 periódicos y estaciones de televisión, algunos enviados por sus medios, otros en licencias por vacaciones, probaron lo contrario, desde su cuartel de operaciones en un hotel cercano a The Arizona Republic.
La serie de 23 reportajes sobre el complejo y sórdido entramado de corrupción en Arizona, con ramificaciones en otros estados, comenzó a publicarse en diarios de todo Estados Unidos el 13 de marzo de 1977, ocho meses después del asesinato de Bolles. Dieciocho personas fueron acusadas como resultado de lo allí señalado. El autor del asesinato y uno de los dos conspiradores acusados fueron condenados, luego de un tortuoso y dilatado proceso judicial, en 1990 y 1993, respectivamente. “Los reporteros se hacen de muchos enemigos... Viene con el territorio. Pisan pies, malogran reputaciones, y en ocasiones escriben historias tan sensacionales que la gente acaba en prisión. Los reporteros investigativos, los columnistas y los comentaristas de radio y televisión se hacen de más enemigos que los reporteros regulares”, escribe Kris Millegan en su libro The Arizona Project, publicado por IRE en 1977.
Cuando Bob aceptó dirigir este proyecto, sabía el enorme reto que enfrentaba. Pero se dijo a sí mismo y a sus compañeros de IRE que al menos lograrían exponer la corrupción “en una comunidad en la que ha sido asesinado un periodista. Esta comunidad y otras similares podrán reflexionar sobre lo que ha sucedido y, esperamos, lo pensarán dos veces antes de asesinar a reporteros”.
Siempre recordaré la recepción informal que varios periodistas le ofrecimos a Bob en la casa de una colega en el Viejo San Juan. Nos dijo, entre otras cosas, que no sentía lástima por las personas encarceladas, como resultado de sus investigaciones. “Cuando cometían los delitos, no pensaron en las consecuencias sobre sus familias”, señaló.
Tampoco olvidé su cuento sobre un vecino en Long Island. Éste mandó a colocar un letrero bien grande frente a su casa que decía: Aquí NO vive Bob Greene. Esta historia la hizo muerto de la risa.
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