Educando al nuevo periodista
Miércoles, 31 de agosto de 2005Helga I. Serrano
Dir. Ejec. Centro
para la Libertad de Prensa
Si todo marcha bien para Mildred Marie Meléndez, y no hay por qué pensar lo contrario, dentro de unos años estará de reportera, tal vez en algún diario o noticiario local, cubriendo los temas culturales que le apasionan. Para este reto se está preparando hace dos años como estudiante del Programa de Comunicación de la Universidad del Sagrado Corazón, en Santurce.
Mildred, de 19 años, acaba de comenzar su tercer año de estudios en periodismo, al que asegura sentirse atraída desde su segundo año de escuela superior, en Manatí. “Supe que quería ser periodista porque combina dos de las tareas que más disfruto: la lectura y la escritura”, dice. Inmediatamente, con una gran sonrisa, cuenta que cuando informó de esta decisión a sus familiares, algunos de ellos se quedaron pasmados. “¿Tú, periodista? ¿Pero cómo va a ser, si eres tan tímida? Y si hay revolcones, ¿cómo los vas a enfrentar? Muchacha, estudia otra cosa”, le aconsejaron. Por supuesto, no les hizo ningún caso y más bien siguió los consejos de sus padres, que le dijeron: “estudia lo que tú quieras; te apoyamos en tu elección”. Y así ha sido.
Cuenta Mildred que su mamá se ha convertido en la más crítica lectora de los textos que escribe para sus clases. Y su papá, quien es maestro, le corrige los errores que de vez en cuando se le van. Al igual que la mayoría de los estudiantes universitarios, combina sus horas de estudio con trabajos a tarea parcial, por lo que sus días y algunas noches son sumamente ajetreadas. Actualmente colabora, sin paga, en una revista de decoración porque considera que los conocimientos y experiencias que allí adquiere bien valen la pena. Pero, anda a la caza de un trabajo con remuneración.
No pude dejar de pensar, mientras conversaba con Mildred -a quien el entusiasmo por el periodismo se le desborda por los poros- en cómo yo, cuando todavía era adolescente, soñaba con trabajar en un periódico. Como ella, el periodismo era el escenario para mis dos grandes pasiones: la lectura y la escritura. Sin embargo, en aquella época, la década de los sesenta del siglo pasado, no existían en Puerto Rico los estudios universitarios en periodismo, y sólo los afortunados con recursos económicos suficientes podían darse el lujo de ir a estudiar a Estados Unidos, o en algún otro país con esos ofrecimientos.
Como yo no estaba en ese grupo, opté por otro camino. Pedí y obtuve una cita con Miguel Angel Santín, quien entonces era subdirector del desaparecido periódico El Mundo, en el Viejo San Juan, y le pedí consejos sobre qué debía hacer para convertirme en periodista. Tantos años después, todavía recuerdo a Santín, todo un personaje en el periodismo puertorriqueño del siglo 20, diciéndome, en su voz medio fañosa: “mire jovencita, si yo fuera usted, ingresaba a la Universidad de Puerto Rico, a una facultad como Ciencias Sociales o Humanidades, estudiaría todo lo más posible sobre diferentes temas, porque el periodista necesita saber muchas cosas y aprender a buscar información”. Yo, que al igual que Mildred era tímida y “nerd”, lo escuché con suma atención, asintiendo con mi cabeza. Al despedirse, Santín me dio un apretón de manos y me dijo: “vuelva a verme cuando termine”. Cuatro años más tarde, estaba de vuelta con diploma en mano de la UPR, con bachillerato en Humanidades, con concentración en Historia, y créditos sueltos en asignaturas variadas. A los pocos días estaba sentada en la parte trasera de aquella sala de redacción poblada de escritorios desiguales, de maquinillas manuales y ruidosas, de máquinas de telex que vomitaban informaciones todo el tiempo, y que daban la voz de alarma a través de un peculiar tintineo para avisar una noticia urgente. Me tuve que pellizcar para confirmar que sí había llegado a la redacción de un periódico, y me había convertido en reportera, una totalmente ignorante de lo que debía hacer.
Sin saberlo entonces, iba a formar parte de la última generación de periodistas puertorriqueños que aprendían el oficio, como se le consideraba entonces, dentro de las propias salas de redacción, en una larga trayectoria de aprendizaje que se remontaba a los inicios del periodismo, en el siglo XVI. Los maestros eran los jefes y editores (en mi caso tuve la suerte de tener como primer supervisor a Darío Carlo, uno de los periodistas más extraordinarios que he conocido) y, por supuesto, a los compañeros y compañeras veteranos que ayudaban a uno, y daban consuelo y esperanza cuando se fallaba.
Los estudios universitarios en periodismo comenzaron en 1972, cuando la Universidad de Puerto Rico estableció la Escuela de Comunicación Pública a nivel de maestría y, en 1977, inició el programa de bachillerato. Tanto estos programas, como los establecidos en instituciones universitarias privadas, han captado el interés de cientos de jóvenes, al incluir otros ofrecimientos tales como medios electrónicos, cine, relaciones públicas, publicidad y, por supuesto, el periodismo cibernético. Y es un interés que no ha mermado.
Por ejemplo: en 1972, la Escuela de Comunicación Pública de la UPR -hoy día Escuela de Comunicación- tuvo una matrícula de 32 estudiantes y, en 1977, ingresaron 41 al programa de bachillerato. Treinta y tres años más tarde, o sea en este comienzo del año académico 2005-2006, la Escuela tiene una matrícula de 636 estudiantes de bachillerato y 60 en maestría. El Programa de Comunicación de la Universidad del Sagrado Corazón, establecido en 1977, duplicó este semestre el ingreso de estudiantes interesados en estudiar periodismo.
Es interesante anotar que paralelo a la educación universitaria de los que aspiran a convertirse en periodistas, las propias salas de redacción de los periódicos han vuelto a convertirse en talleres de formación y educación para sus empleados, especialmente para aquellos que hacen su ingreso. A través de seminarios, talleres, invitaciones a otros colegas reconocidos, grupos de discusión y otros recursos educativos, se reafirman y actualizan los conocimientos de una profesión que ha tenido en los últimos 30 años cambios tecnológicos tan vertiginosos que dejan a uno boquiabierto.
Claro, la educación del periodista tiene que ajustarse a estos tiempos de cambios irreversibles. En el caso de los periódicos, en competencia continua con los otros medios por atrapar el interés y lealtad de un público atareado, se están transformando en proveedores de la información desde sus propias salas de redacción, a través de distintos canales, como la radio, la televisión e internet. Esto conlleva nuevas maneras de recopilar la información, de redactarla en distintos estilos; de presentarla de forma impactante y atractiva. Todo ello dentro del marco inalterable de la ética periodística, que salvaguarda la responsabilidad, la honestidad y profesionalidad que hacen a la prensa merecedora de la confianza del pueblo. Este es el gran reto de las escuelas que forman comunicadores, entre los cuales se encuentran los periodistas, y de los estudiantes que cada año hacen su ingreso a los distintos programas.
¿Habrá trabajo para ellos y ellas?, me preguntan con frecuencia. Y mi respuesta es: Sí, lo hay y habrá para los que sientan pasión, dedicación y entusiasmo por el periodismo. Es cuestión de aferrarse a la ambición, de prepararse lo mejor posible y aprovechar al máximo las oportunidades, aunque en el momento no sea lo que realmente le gustaría a uno hacer.
Mildred Marie es consciente de que llegar a ser reportera, en su caso de temas culturales, puede resultar muy cuesta arriba. Así me lo advirtió Santín hace mucho tiempo.
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