viernes, septiembre 09, 2005

La prensa desata su furia contra el gobierno

Por Javier del Pino
El País Internacional


Washington - “¿Es que no ven ustedes por televisión lo que está pasando?”, le espetaba al Gobierno el periodista de la ABC Ted Koppel después de una conexión con un enviado a Nueva Orleans. La gente había empezado a hacinarse en condiciones tercermundistas mientras el presidente George W. Bush todavía meditaba sobre si debía o no suspender sus vacaciones en el rancho.

La capacidad de movilización rápida de los medios ha remarcado la torpeza del Gobierno en su reacción y ha mostrado un modelo de periodismo inédito en Estados Unidos: el de la rabia.

En un país que retransmitió la invasión de Irak en forma de hazaña bélica, el huracán Katrina ha conseguido lo que parecía imposible: que hasta Fox News, profundamente ultraconservadora, critique al presidente. Quizá la ira nace de una experiencia nueva para muchos periodistas que han podido ayudar personalmente a algunas de las víctimas, con quienes han compartido el uso de sus teléfonos por satélite o el espacio en las barcas que empleaban para moverse por Nueva Orleans.

Esos periodistas, condenados en cada huracán a enviar crónicas ridículas sobre lo mucho que sopla el viento, se encontraron de repente en el epicentro de un acontecimiento informativo de magnitud incomparable. Tim Russert, uno de los periodistas de televisión más conocidos en este país, aparcó su legendaria y empalagosa corrección política para preguntarse en su programa “Meet The Press” “¿Cómo ha podido hacerlo tan mal el presidente? ¿Cómo ha podido estar tan mal informado?”

El miércoles, en la primera rueda de prensa del portavoz de la Casa Blanca desde el mes de julio, los periodistas emplearon un tono venenoso que Scott McClellan no conocía. Les pidió que dejaran de “jugar al juego de las culpabilidades” y repitió cuarenta veces la frase que llevaba escrita en su orden del día: “Tiempo habrá para analizar los fallos, si los hubo”.

Que la prensa estuviera en la zona afectada mucho antes de que llegaran las ayudas creaba una situación absurda: el mundo virtual de la televisión era el mundo real mientras el Gobierno de Estados Unidos parecía vivir en una galaxia ajena al paso del tiempo o al ritmo de los acontecimientos.

Por eso se produjeron incluso enfrentamientos verbales entre periodistas y políticos. Cuando Anderson Cooper, de CNN, preguntaba desde Nueva Orleans a una senadora de Louisiana “¿No ve usted la indignación que hay aquí?”, Mary Landrieu le respondió: “¿Esto es una entrevista o esta usted haciendo declaraciones?”.

Durante esos días, varios periodistas de Fox News mostraban “extrañeza” por la parsimonia del Gobierno, lo cual, para una cadena marcada por el entusiasmo oficialista, puede considerarse una crítica. Algunas de sus estrellas, preocupadas quizá con el futuro de su contrato, encontraron en sus propias hazañas la manera de no tener que criticar. Geraldo Rivera, el periodista con mostacho de aventurero que cubrió la guerra de Afganistán con una pistola en el cinto “para pegar dos tiros a Bin Laden si me lo encuentro de frente”, narraba con fervor sus proezas como rescatador de desventurados.

La prensa también parece haber descubierto repentinamente que una de las características de este presidente es felicitar a quienes se equivocan. En un país que ha pasado por alto la entrega de la Medalla de la Libertad al director de la CIA que “documentó” la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, el periodista Frank Rick considera en The Washington Post que es sólo cuestión tiempo que felicite también a los responsables del desastre.

David Remnick, editor de The New Yorker, llega a decir que Bush actuó “con una delincuencia turbadora”. Ya sólo unos pocos periodistas inasequiblemente conservadores se permiten defender al Gobierno. Rush Limbaugh, líder radiofónico de este país, sigue diciendo que los medios -que, para él, son casi todos de izquierdas- han utilizado el huracán para atacar el Gobierno. Salvo esos casos asilados, “el periodismo parece haber recuperado su razón de ser”, escribe el analista Howard Kurtz en el Post.