jueves, abril 06, 2006

Aguijón para la conciencia periodística



Jueves, 6 de abril de 2006
Por Mario Alegre Barrios
malegre@elnuevodia.com


Maestra de muchos no sólo por lo que enseña en el aula, sino también por el ejemplo de la ardiente pasión con la que ha abrazado el periodismo desde hace más de dos décadas, la doctora Milagros Acevedo Cruz ama pocas cosas tanto como la palabra escrita.

Fruto de este acendrado afecto es Muchas preguntas y algunas respuestas: La ética mediática, libro publicado por la editorial Plaza Mayor que será presentado hoy a partir de las 7 de la noche en Casa Blanca, al final de la calle San Sebastián del Viejo San Juan, rito que será compartido a dúo por los periodistas Jesús Dávila y José Javier Pérez.

Catedrática de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico donde enseña desde 1983, Mila vacila al explicar la génesis de su vocación periodística, aunque asegura que desde muy niña le apasiona escribir por una razón fundamental: su pasión por la lectura. “A los 4 años ya leía de corrido”, recuerda con una sonrisa. “Creo que todavía me gusta más leer que escribir… no me puedo acostar sin leer”.

Así empezó a andar el camino que la ha traído hasta la publicación de su segundo libro. El primero fue Manual para periodistas, nacido en el 2000, y ambos han sido consecuencias lógicas de sus vivencias en al salón de clases como parte de una trayectoria que tuvo sus primeros signos en los diarios que de niña Mila llenaba, sin desear conscientemente ser escritora. “Nunca pensé en eso y menos aún en ser profesora”, reconoce. “De hecho, ni a mis muñecas les di clases. Por eso me sorprendió tanto descubrir la magia inmensa que hay en la enseñanza y las enormes satisfacciones que derivo de ese ejercicio”.

Antes que la pedagogía llegó el periodismo, con un doctorado de la Universidad de Navarra que, pese a la excelencia académica que le proveyó, no la preparó para el tránsito de la academia al mundo real.

Si bien reconoce que en ese cruce hubo cierto desencanto al confrontar lo que había idealizado con lo que encontró en la práctica, Mila sabe también que esto es algo que seguramente ocurre en todas las profesiones que se abrazan por verdadera vocación, como parte del proceso que empieza con la ilusión y desemboca en la confrontación con esas verdades que no siempre guardan correspondencia con lo imaginado. “Uno idealiza la profesión y lo que quiere hacer el resto de la vida”, apunta. “Se sale de la academia con unas expectativas, con unos sueños que no siempre se cumplen. No obstante me reconcilié pronto con eso porque aprendí a disfrutarlo, a pesar de las circunstancias”.

Mila regresó de España recién graduada en una época en la que era muy difícil conseguir trabajo en el mundo de las comunicaciones. Empezó a trabajar en la Oficina de Prensa del Senado y posteriormente escribió para El Reportero y también en El Nuevo Día, hasta que el destino la llevó a solicitar empleo como profesora en la Escuela de Comunicación Pública de la UPR en 1983. “Estaba en el Senado cuando me ofrecieron trabajar en Suplementos de El Nuevo Día”, recuerda. “Ansiaba trabajar en un periódico porque no siento afinidad alguna con los medios electrónicos. Acepté y luego llegó la oferta para ir a la Universidad de Puerto Rico. Tenía en la cabeza que mi doctorado sólo se justificaba si me dedicaba a la enseñanza y por eso fue que solicité el trabajo en la Universidad, sin muchos deseos de que me aceptaran, pero sí con la esperanza de que ese ejercicio liberaba mi conciencia de, al menos, justificar el doctorado. Para mi sorpresa, me aceptaron con un contrato de un año y ya han pasado 23”.

Mila asegura que “si vuelvo a nacer, vuelvo a ser periodista… de eso no tengo la menor duda”, con la misma convicción que reitera su fascinación por la enseñanza. “Fue una revelación que todavía me conmueve”, asevera. “Enseño algo que me encanta y que me hace estar al día… tengo mi casa llena de libros. En fin, no sé explicarlo… no obstante, al día de hoy sigo pensando que soy más periodista que profesora”.

Consecuencia -al igual que el primer libro- de la comunión de sus pasiones por el periodismo y la enseñanza, La ética mediática tiene como génesis el goce que Mila experimentó en su clase de ética mientras estudiaba en la Universidad de Navarra. “Tomar esa clase fue también una revelación, sobre todo al comparar esos principios con las actitudes que veo en la manera como muchos periodistas manejan la ética en la profesión”, acota. “Luego de tomar un taller sobre ética en Estados Unidos, decidí plantearle a la Universidad de Puerto Rico la posibilidad de crear una clase sobre este concepto para la Escuela de Comunicación, donde nunca se había dado una clase de esta naturaleza. Lo aceptaron y así empezó todo… tenía infinidad de notas, vídeos y otros recursos, de los cuales perdí muchos con el huracán Georges. Seguí enriqueciendo lo que quedó hasta que pedí otra sabática para este segundo libro, que es un decantando de los diez años que tiene la clase”.

La autora reconoce que quizá la parte más ardua del proceso fue saber cuando parar y que en eso su editora -Patricia Gutiérrez, de Plaza Mayor- fue de una gran ayuda. “Cada día encontraba más y más material que pude haber incluido, pero nunca hubiera terminado”, acepta sonreída. “Todavía ahora, cuando lo leo, pienso que pude haber incorporado muchas cosas más, pero entiendo también que eso es por mis afanes perfeccionistas.”

Quizás una de las grandes virtudes se adivina desde la portada misma del libro a través del enunciado que precede al título: “Muchas preguntas y algunas respuestas…” por la enriquecedora promesa que entraña para el lector el hecho de encontrar en el texto, de manera articulada y orgánica, diversas cuestiones que deberían ser la voz de la conciencia perpetua del periodista a la hora de ejercer el oficio. Si se agradecen las respuestas que Mila nos ofrece, más se agradecen las preguntas que lanza como aguijones para invitar a la reflexión.

“Espero que así sea… tengo la certeza de que en estos momentos no sólo es importante que se hable de ética en el ejercicio periodístico, sino que es vital”, asegura. “Te confieso que tengo frustraciones en el salón de clases y es natural: los estudiantes están empezando y necesitan aclarar muchas cosas en sus vidas, entre ellas si el periodismo es realmente lo que quieren. A veces no veo un interés genuino por aprender… hay excepciones y en ellas me concentro, en aquellos estudiantes que adivino cierta pasión. Respeto tanto esto que a veces me agobia y me mortifica mucho también cuando veo a muchos profesionales que no lo toman en serio. A pesar de la urgencia que por su naturaleza tiene el periodismo, es necesario que cada cual se detenga cinco minutos a reflexionar sobre la trascendencia que tienen las notas que escribe y el efecto irreparable que puede tener si no se ejerce un cuidado extremo en los conceptos éticos que deben regir cada vez que se sientan a redactar una noticia”.

Asimismo, Mila comenta que sufre cuando muchos dicen que estudiar ética no es necesario porque la que es aplicable es la ética personal del propio periodista, ya que eso deja muchas puertas abiertas y es como quitar un semáforo en un cruce de calles. “Sí, cada cual tiene sus habilidades y la mejor intención de no ocasionar un accidente, pero hace falta un sistema mayor que regule el comportamiento”, sostiene. “Eso es lo que hace la ética… eso es autocontrol, concepto que no tiene nada que ver con la autocensura o con la censura que intentan imponer fuerzas ajenas al ejercicio del periodismo. El autocontrol lo da la ética y no se puede obviar esta realidad. Hacerlo equivale ampararse en el relativismo.”

Como colofón, Mila señala que lo único que anhela ahora que el libro ya ha sido publicado, es que todos los que piensan que la ética es un asunto eminentemente personal le den una oportunidad a este texto. “Si no logro hacerlos cambiar de opinión, espero al menos hacerlos pensar sobre el tema y ese es un buen punto de encuentro”, apostilla.